¿Por qué amamos a las plantas?
Historias verdes
Tuve la suerte de nacer en una casa con jardín. Verde, lleno de flores aromáticas y ornamentales, jamás me cansé de mirarlo ni de permanecer allí cuanto tiempo pude durante mi infancia. En él jugábamos, almorzábamos, descansábamos e imaginábamos mil historias, era el paisaje de ensueño donde podíamos habitar nuestras aventuras de la niñez.
Cuidados y conocimiento
Para mantenerlo de ese modo brillante, había que darle ciertos cuidados constantes y especiales. Regarlo, airear la tierra, fertilizarlo, podarlo, limpiarlo. Casi cada día debía hacerse alguna cosa. A cambio de esos cuidados, nos llenábamos de la dicha y el equilibrio que sólo la naturaleza sabe darnos. Nos sentimos vivos, alegres en su fresco verdor. Muy pronto comprendí que a los jardines había que conocerlos bien, en sus similitudes y sus diferencias, pues son distintos en sí mismos cuando forman un hábitat en equilibrio y para darle lo necesario aprender de él.
Modificar nuestro entorno
Todos sabemos que a los jardines hay que mimarlos y cuidarlos y que para hacerlo necesitamos conocerlos y antes que nada, estudiarlos. Los profesionales de la biología y la botánica, sin duda, nos brindan todas las herramientas para hacer estos descubrimientos pero para la mayoría de las personas, estos conocimientos pueden ser demasiado técnicos y por esto mismo, ajenos al entendimiento promedio. Sin embargo, como seres humanos tenemos un gran gusto por la naturaleza, y las plantas en general. Queremos sentirla, conocerla ¡pero también modificarla! Queremos crear bellos jardines, espacios de interior verdes, conectados con nuestra naturaleza orgánica. Queremos llenar de flores nuestros jarrones, de árboles frutales nuestros jardines, de verdes aromáticas nuestras cocinas.
Hombre y naturaleza
Esta profunda relación con los espacios naturales, el deseo de conectarnos con la naturaleza, de vivirla, se le conoce como Biofilia, y este nombre bellísimo que literalmente significa amor por lo vivo, fue utilizado por vez primera por el biólogo estadounidense Edward O. Wilson, quien en 1984 establece que como especie Homo Sapiens tenemos una tendencia innata que nos lleva a maravillarnos por el mundo que nos rodea, gracias a que dicho conocimiento imperó en nuestros periodos de evolución dotándonos de las capacidades de sobrevivencia más destacadas y útiles. Después esta habilidad fue integrándose hasta dejar de ser una parte desarticulada de nosotros, ajena, para convertirse en un motor de conocimiento, sabiduría y oportunidades de transformación del mundo. Esto puede verse muy fácilmente si tomamos en cuenta que para casi todos los humanos, el deseo de transformar la naturaleza y la botánica están siempre presentes. Ningún otro ser vivo modifica la naturaleza sólo para el deleite artístico como lo hacemos nosotros. A esto se le ha llamado horticultura, que en el fondo no es más que otro nombre para llamar a nuestro ferviente e incansable deseo de poseer lo que nos rodea y adaptarlo a nuestra conveniencia. Esta conexión engarzada a las posibilidades de cambio es lo que nos hace humanos.